24.2.09

Insisto en la alegría de volver a casa, de sentirme completa en donde y con quienes estoy, la seguridad de que esto es lo que quiero, mi armadura familiar ha logrado evitar y que me olvide lo que otras ciudades -ya lejanas para mí- me hacen recordar… por lo menos ahora.
Centrada 100% en mi núcleo, me lleno por completo de las 24 horas diarias sintiéndome feliz.
El camino se ve despejado, dispuesto para que lo vayamos llenando de nuevas aventuras y aprendizajes. Ansiosos de que las ilusiones dejen su lado onírico y se hagan reales, nos vamos ajustando a lo determinado por el destino idealizado en el pasado.

Quedan pocos días para que Santiago vuelva a saturarse de gente, los espacios públicos a inundarse de seres enardecidos por el tiempo y el –poco- espacio, vidas agitadas tratando de ocupar un pequeño lugar del acalorado metro, escolares por todos lados y miles de caras preocupadas por el comienzo de marzo y todo lo que trae.
No sé si será una plaga pero la mayoría de los conocidos están sufriendo los estragos de la supuesta crisis, muchos despedidos, otros con reducción de presupuesto, búsquedas frenéticas de nuevas pegas, haciendo que cada página laboral sea visitada más que antes… y eso ya era bastante. No es que me sienta culpable, pero no puedes andar contando maravillas a gente que se ve envuelta en la mala racha colectiva, mala gestión o vivir en el presente poco auspicioso para muchos mortales.
Las profecías económicas para los chilenos se ve gris e inquieta, precavidamente se toman decisiones importantes o se van dejando para mejores tiempos. No estamos en el mejor momento financiero como país, pero bueno, habemos quienes tenemos una familia acomodada de armonía, pudientes de equilibrio y no nos dejaremos seguir empobreciendo por la miseria humana que no nos pertenece.

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