Me niego al encierro, me resisto a una secuela de invierno de oso. Como el calor nos sigue acompañando diariamente cuesta recordar la sensación de bajas temperaturas, el vestirse abrigada y tener casi todo el día las ventanas cerradas, que en todo caso tiene su lado positivo, el no tener que escuchar tanto ruido externo. Esto de vivir en condominio, donde 4 torres de 21 pisos hospedan a tanta gente, los ruidos se van mezclando entre sí, gritos de niños y sus mamás detrás (me incluyo en este grupo), distintos estilos musicales, risas, etc... más encima el ruidito donde riegan el pasto, el tener los juegos infantiles bajo la terraza (peor debe ser en el verano para quienes tienen la piscina casi en el living). Creo que es mucha información que ya es parte de la geografía acústica del lugar, pero su mensaje subliminal va llenando el ambiente de seres de distintos tipos, colores, idiomas, un condominio cosmopolita que en menos escala es la imagen de Santiago (claramente con mayor concentración de residentes sudamericanos).
De todas maneras, mi descendencia sureña siempre está presente y en algo extraña la lluvia y el frío, y aparte del clima distinto de la capital en este condominio más lejos está el tener algo del sur, así que está soñado, pensado y conversado, este lugar es sólo de paso, la transición a lo que debe ser. No quiero ser parte de los lugares que están llenando Santiago, unos "cites posmodernos" donde chorrean personas apretujadas viviendo en espacios ultrareducidos donde las cámaras (aparte de protegernos de robos y etcs) van siguiendo todos nuestros pasos.
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